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Vae Victis

de JdJ

Tiene setenta y un años. Ayer me describió su rutina diaria. Apenas duerme
por las noches, porque cuando se acuesta las piernas le hormiguean. Se pasa
la madrugada haciendo crucigramas y coqueteando con el canalplus. A eso de
las cinco consigue dormirse, hasta las nueve, o así. A esa hora se levanta,
se lava, desayuna y sale cojeando a la calle, buscando el mercado que tiene
en su misma manzana. Hace la compra y vuelve a casa. A las once de la
mañana.

Uno de sus hijos la visita por la noche. Vive cerca y, a última hora de la
tarde, regresando del trabajo, si tiene un rato pasa a verla. Hablan de
tonterías. Hablan. Ella dice que espera agazapada algún chiste o comentario
irónico. Es su oportunidad de reírse un poco.

Pero su hijo viaja bastante. Hay muchos días que ella sabe que no irá a
verla. Esos días, a las once de la mañana, de vuelta del mercado, tras
cerrar la puerta le da tres vueltas a la llave y activa los cerrojos. Se
encierra en su casa, en la primera mañana, porque ya nadie vendrá.

Ayer me decía: esos días que a las once de la mañana cierro mi casa, mi
vida, mis ilusiones, no consigo desear otra cosa que la muerte.

Vejez de puertas cerradas, abrumada de cerrojos cuya acción golpea el
presente hasta conseguir que no se parezca al pasado. Soledad indeseada,
ilusiones desmontadas como un mecano que perdió todas sus tuercas. Lo
permitimos. La televisión nos escupe a todas horas jóvenes hidratados,
divertidos y felices, y eso nos redime. Bajo la corteza de nuestra
felicidad, transcurren los ríos enlodados de lo que seremos.

Publicado en la Lista ESCRITURACREATIVA: 12/12/03

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